No soltés la cuerda que me ata a tu alma. Tetro.

En esta película, Francis Ford Coppola conserva su narración magistral y la cubre con el barniz lacado de la era digital. Dio vida a una historia surgida íntegramente de su pluma, valiéndose de uno de los chiches de edición de Apple para impregnarla de una estética HD que a la postre resulta artificial. Nostalgia procesada en clave Mac para relatar un drama tipo tragedia griega, con elementos biográficos, juguetonamente emplazado en Buenos Aires y cimentado en al menos dos grandísimas actuaciones.

Para «El Padrino» (1972), el director adaptó la también obra cumbre de Mario Puzzo. En Tetro, la historia viene de las ideas que transitaban en su cabeza por más de 15 años. En ese largo periodo de creación, ciertos trazos biográficos quedaron inevitablemente plasmados en el relato; sin embargo, el elemento dramático-desgarrador de la historia es pura fantasía.

La nostalgia de este hombre de 73 años lo llevó también a retomar el estilo antiguo de producción. Aburrido de algunas exigencias burdonas de Hollywood, optó por la manera independiente: se asoció con una productora española (Tornasol) y partió con camas y petacas a rodar a Buenos Aires, decisión que él mismo, con una sinceridad brutal, calificó como “un lugar barato y agradable”.

Lo que el viejo Coppola ya debería saber –y esto a modo de paréntesis- es que lo barato cuesta caro. En Buenos Aires, como buena capital sudamericana, le robaron su Macbook Pro que contenía nada menos que el guión y algunos másters. Angustiado, puso avisos en los diarios porteños para recuperarlo, lo que finalmente logró previo pago de una recompensa, que para Francis, a estas alturas, no es nada.

Un minidramita con final feliz, si lo comparamos con el argumento de la película. Tetro (Vincent Gallo) llega a una Argentina atemporal para tratar de incinerar no sólo su pasado bajo un padre desalmado, sino que todos sus lazos familiares. En Buenos Aires, deja de ser Benjamin Tetrocini y se declara sin familia para iniciar una nueva vida al lado de una argentina con acento español (Maribel Verdú) y desayunos con facturitas y dulce de leche en el barrio de La Boca. Todo bien, hasta que su hermano menor llega para quitarle el apetito, con un amor fraternal que le da urticaria y que transforma en presente todos los demonios que había dejado bien lejos en el pasado.

La hermosa frase que da inicio al filme, “No soltés la cuerda que me ata a tu alma”, nos advierte que los lazos familiares, los cariños, los fantasmas y todo lo que atesora el pasado no se puede andar cortando así como así sin un día sufrir las consecuencias.

Gallo, Verdú y el incipiente Alden Ehrenreich (quien tiene los mismos ojos encantadores de DiCaprio) dan vida a una historia de reencuentros, desencuentros, tragedias inimaginables y redención provista de una calidad interpretativa descollante en el caso de Vicent Gallo.

La imagen se viste de blanco y negro para el presente de la historia y de colores para los flashbacks (¡viejito juguetón!). Blanco y negro surrealista para marearnos con el tiempo: la progresión temporal tiene una especie de hechizo, ya que además del color hay otros elementos –vestuario, escenario, tecnología- que nos hacen creer que han pasado años cuando en realidad han sido unos pocos meses.

Coppola no pierde su toque, sobre todo en la composición y el relato. Sin embargo, su estatus de genio no lo salva de dar pasos en falso, como en ciertos efectos de luz y otros artificios básicos que cualquiera de nosotros podría hacer en casa.

Con todo, Tetro es un filme interesante y emotivo sustentado más que nada en la fuerza de la historia y el brillo de la actuación de Gallo. Claramente, Francis Ford Coppola se equivocó al catalogar a esta película como “la más hermosa” de su carrera (¿habrá sido una burda táctica de marketing?). Para mala suerte del director, él es el autor de uno de los filmes supremos de toda la historia del cine y, lo sabemos, nunca lo superará… o más bien nunca aceptaremos que «El Padrino» pueda ser superado.

Tetro

2009

Francis Ford Coppola

Vicent Gallo, Alden Ehrenreich y Maribel Verdú

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