«Bienvenido a los 40», comedia autodestructiva

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Es un hecho que las comedias no son tomadas en serio por la crítica. Bueno, es un poco lógico ¿no? Sin embargo, algunas de ellas, sin ser cantos a la estética, pueden ser consideradas grandes películas. Su gracia: hacernos reír hasta atragantarnos con el popcorn y que su historia sea redonda: que no sobre ni falte nada.

Lamentablemente, no es el caso de la última película de Judd Apatow, «Bienvenido a los 40». Aunque tiene todos los ingredientes para matar de risa -lo que logra- no alcanza a ser un film redondo. Y lo más curioso es que la razón proviene desde su mismo director, quien en su afán por transformarla en algo más que una comedia, termina matando el chiste.

Quiere entregar un mensaje melodramático y se alarga una enormidad. Pecado capital en el mundo chistológico, ya que un buen chiste requiere un buen remate. De manual. Y no es que el realizador le añada un segundo hilo narrativo para conformar una comedia romántica. No. Se aleja tanto que se pierde.

No es primera vez que Apatow cae en lo mismo. Antes lo hizo en «Virgen a los 40», una excelente comedia cargada al humor sexual que se alarga excesivamente y termina avanzando en arenas movedizas para, por fin, llegar al final.

Problema psicológico quizás: Tal vez piensa que el género de la comedia es indigno y debe agregarle algo diferente. Tal vez piensa que las películas valoradas son, al menos en algunos pasajes, serias… y largas.  Como sea, su experimento no le ha resultado.

Al principio nos reímos

Más allá de este pecado, «Bienvenido a los 40» alcanza altos niveles de hilaridad,  en sus primeros minutos más que nada.

Paul Rudd y Leslie Mann, actores fetiches del director -sobre todo ella, su esposa-, protagonizan sketches dignos de destacar, apuntando a la identificación con el espectador, como cuando ella lo sorprende sentado en el baño jugando con su tableta y le exige que le demuestre con hechos (ustedes me entienden) que realmente estaba haciendo caca y no perdiendo tiempo en el ciberespacio.

Pero estos puntos altos no salvan a la película de diluirse y transformarse en una masa chiclosa que se estira por 2 horas y 14 minutos (!) tratando de ser algo más que una comedia y, claramente, muriendo en el intento.

«Rebelle»: Inocencia en medio del infierno

El horror de la guerra ha sido retratado de mil formas por el cine: Descarnada en «El pianista», tierna en «La vida es bella», y hasta cómica, como es el caso de «Bastardos sin gloria».

El film «Rebelle» nos presenta el flagelo de los niños soldados en el África subsahariana en forma de fábula. Una fábula que mezcla mágicamente la brutalidad de la guerra con la ternura de sus protagonistas, teniendo como telón de fondo la omnipresente atmósfera pagana del continente negro.

Como muchos de sus pares, Komona, una niña de 12 años, sufre el ataque de una facción rebelde contra su poblado. En el feroz saqueo, los invasores se llevan lo que tiene más valor entre esas pobres chozas de paja: los niños. Todo lo demás, cosas y personas, quemadas sin piedad.

Extirpada, secuestrada y vejada, Komona aprende junto a sus compañeros a disparar y a matar. Al poco tiempo, el azar -u otra cosa- quiso que un evento llevara a los líderes rebeldes a creer que la niña era bruja y que tenía el poder de detectar al enemigo. Cierto o no, ese estatus la salvó varias veces de morir bajo las mismas balas que sus compañeros…

Y le dio la oportunidad de encontrar una pequeña luz de alegría y esperanza en ese infierno: La protagonista atrapa ese efímero destello gracias a un amor adolescente que le cambia la vida.

El director franco-canadiense Kim Nguyen se vale de ese elemento para hacer de esta película, su cuarto largometraje, una obra bella, entrañable, única.

La historia de amor es la responsable de las imágenes más hermosas y emotivas de la obra. Los poderes de «bruja» de la chica, en tanto, sirven de hilo conductor de la trama y mantienen cautivo al espectador, compañero silencioso de la travesía de Komona hacia una posible vida mejor.

Una película diferente. Un trabajo excepcionalmente bien logrado que la llevó a ser reconocida en Berlín y postular al Oscar como mejor película extranjera (compitiendo con «No» y «Amour», que finalmente se quedó con la estatuilla).

Una perla rara que nos hace pensar durante 90 minutos que quizás hemos estado perdiendo la mitad de nuestras vidas viendo películas mediocres de Hollywood.

Cómo transformar una obra de arte en una mierda

Decir que gran parte de los remakes son una mala copia del original no es nada nuevo. Sin embargo, a veces al comparar las copias con su alma máter quedan en inferioridad y casi en ridículo. Es el caso del thriller vampiresco preadolescente norteamericano  “Déjame entrar” (“Let me in”) frente a su original, el sueco “Criaturas de la noche” (“Låt den rätte komma in”).

Más allá de las evidentes diferencias entre el cine europeo y el de Hollywood, diferencia de mirada y calidad principalmente, en este remake el director se encarga de tomar la idea original y, sin motivo aparente, inyectarle todo aquello que criticamos como “muy gringo”, agregándole una exageración incomprensible a algo cuya belleza radica en lo sutil.

Ternura en la oscuridad

La sueca “Låt den rätte komma in”, basada en el libro de John Ajvide Lindqvist, nos muestra un amor preadolescente tierno, entrañable, pero inserto en una atmósfera oscura y a veces angustiante. El problema para el chico no es que la chica de la que se enamora sea más alta que él o con mejores notas que él, sino que el problemita radica en que la niña es muy diferente, es… vampira.

Para cimentar el ambiente sombrío, el director se sirve de la nieve omnipresente de Estocolmo, la soledad y la intimidación. La niña, Eli, es una outsider, “cabeza negra”, de familia monoparental y no va al colegio. El niño, Oskar, un peque víctima de bullying que planea en secreto vengarse de los abusadores con un cuchillo que no usará jamás.

Estas dos almas se encuentran y dan fruto a una relación hermosa de compañía y ayuda mutua, tan hermosa que los horrores del vampirismo quedan de lado, como si fuera sólo una pequeña diferencia entre ambos.

El relato se lleva a cabo con sutilidad. La historia avanza por sí misma sin dejar que los puntos de inflexión, aunque impacten, se la terminen “comiendo”. Sutilidad, concepto que la versión gringa –adjetivo despectivo bien justificado- no alcanza en ninguno de sus 116 minutos.

Esa habilidad para destruir lo bello

El director del remake, Matt Reeves, toma la historia original tal cual, quizás queriendo respetarla y homenajearla, pero falla sonoramente; para localizarla, le inyecta eso que nadie quiere: los típicos clichés estadounidenses.

Es así como se pierde aquella delicadeza, los contrastes y la estética del cine independiente europeo. Lo sutil se cambia por la exageración. Algunos de los elementos “extras” que ensucian la obra son la exhibición absolutamente injustificada de una teta, el aire cool típicamente gringo de los abusadores gringos del colegio gringo y, en la estética, el uso fácil del computador para escenas donde los europeos usaron el ingenio artesanal que después complementaría la imaginación del espectador.

Además, la versión hollywoodense cuenta con la famosa actriz adolescente Chloë Grace Moretz en el papel de la “rara” Abby (sí, le cambiaron el nombre). Si bien es una excelente actriz, Chloë no tiene nada de la oscuridad del personaje. Rubia y hermosa, su presencia llena la escena; Eli, por el contrario, pasa inadvertida, su tez de funde con la nieve y su pelo, con las sombras.

Lamentablemente, lo que pasó con este par de películas ha pasado siempre. Algunos ejemplos son “Abre los ojos” y “Vanilla Sky”, “La cage aux folles” y “The Birdcage”; y la inglesa “Death at a Funeral” y su homónima estadounidense. Lo más probable es que la lista se siga engrosando con nuevos títulos, como “Oldboy”, película basada en la excelente coreana del mismo nombre y que Spike Lee estrenará en octubre próximo.

¿La razón? Quién sabe. Puede ser la simple práctica de la antropofagia o el parasitismo. O quizás, más profundamente, aquella idea ya enquistada en la cultura estadounidense de que el mundo les pertenece y pueden hacer lo que se les dé la gana con él.

Tragedias aéreas de mentira

Pocos son, poquísimos, quienes pueden ser protagonistas de un accidente aéreo y sobrevivir para contarlo. La magia del cine, la fantasía, hace que podamos «experimentarlo» sin tener secuelas. El cine ha recreado innumerables veces este tipo de infortunio. Como en todo, muy pocas con éxito.

He aquí algunas de las escenas mejor logradas y, por ende, más impactantes de estos accidentes, que, por suerte, ocurrieron en un set de filmación:

1. “The Grey”, 2012: Interesante, aunque burda por momentos, película protagonizada por el excelente Liam Neeson, quien cae en medio de una naturaleza salvaje y peligrosa. Cae. En avión. La escena juega con el consciente e inconsciente del personaje, lo que le da un toque y atmosfera diferentes. Del lado del realismo, nada que decir, parece que vamos cayendo con él.

2. “The Aviator”, 2004: Excelente obra de Martin Scorsese que expone la vida pública y privada del aviador, empresario, ingeniero, director de cine y millonario Howard Hughes. Además de todo esto, el protagonista, brillantemente interpretado por Leo DiCaprio, está medio loco y, sin tener necesidad, prueba él mismo algunos de sus prototipos. En uno de estas pruebas de vuelo, algo sale mal y Mr. Hughes sufre un terrible accidente que casi le cuesta la vida.

3. «Flight», 2012: El colosal Denzel Washington encarna a un piloto alcohólico que va borracho a su trabajo. Sí, vuela aviones tomado. Sin embargo, su adicción no le impide usar sus cinco sentidos de manera magistral para salvar a sus pasajeros de un accidente que finalmente ocurrió pero pudo ser muchísimo peor.

4. “The Fight Club”, 1999: Obra maestra de David Fincher sobre los desórdenes bipolares de su protagonista, los que son sólo la excusa para hacer una ácida crítica de los tiempos que vivimos. Plena de acción y de exuberancia estética, esta película que podemos llamar de culto nos regala una impresionante escena de un accidente aéreo que surge, como casi todo, de la mente enferma de Tyler Durden.

5. “Knowing”, 2009: Una película del montón que relata las increíbles disquisiciones de Nicholas Cage por explicar mediante la numerología una serie de tragedias. Una de ellas fue un accidente aéreo que ocurre en las narices del protagonista, quien, en tierra, poco puede hacer más que sorprenderse. Si bien la caída del avión está perfectamente lograda, en los primeros segundos de la secuencia hay un error de edición imperdonable que le quita peso a lo que viene después. Cage y el policía miran hacia el frente, aterrados por el avión que se viene contra ellos; sin embargo, el aparato se precipita por su derecha.

La película más triste en la historia del universo

Antes de volverse loco y filmar películas que mezclan catástrofes apocalípticas, conflictos amorosos e intragables escenas de masturbación compulsiva, el talentoso director danés Lars Von Trier dio vida -entre otras obras maestras- a la que es sin lugar a dudas la película más triste en la historia del universo: «Dancer in the Dark».

Echando mano a recursos cinematográficos que él mismo se había prohibido años atrás y a una debutante Björk para el rol protagónico, Von Trier nos muestra una historia desgarradora sobre una inmigrante checa en Estados Unidos, quien es humillada hasta la inverosimilitud por una sociedad que se supone la debería acoger con los brazos abiertos.

Antiamericano de tomo y lomo, el director nos grita que el american dream, ese de llegar, trabajar y triunfar, es un gran engaño. Para convencernos, inmola con saña a su protagonista: Selma vive en carne propia una pesadilla americana, una pesadilla macabra, desquiciada y cruel.

Mediados de los 60 y Selma Jezkova llega de Checoslovaquia con su pequeño hijo Gene y una maleta llena de ilusión, la ilusión de que esta tierra prometida sea tan exultante de felicidad como las películas musicales con las que creció.

Una enfermedad degenerativa la está dejando ciega, pero lo que verdaderamente le quita el sueño es que su hijo heredó el mismo mal y, si no logra operarlo, estará sentenciado a la ceguera, como ella. Por eso cruzó el Atlántico, para evitar la tragedia.

No le va bien. Trabaja en una línea de producción de una fábrica y vive en una casa rodante en el patio de una casa. Sin embargo, a duras penas logra ahorrar para su hijo, y cuando la dura realidad se le viene encima, ella la repele con una inocencia pueril: imaginándose que está en un musical y que los amenazantes ruidos del mal son los compases para bailar, cantar, reír.

Autogol

Para llevar a cabo estas fantasías evasivas de Selma, el director se infirió un autogol. Por allá por 1995, el loco de Lars había fundado el colectivo Dogma, que se prometió respetar un estricto código para que las películas volvieran al realismo perdido de antaño.

Para ello, sus miembros debían, entre otros mandamientos, filmar con cámara en mano, utilizar sólo luz natural y prescindir de las transiciones de planos, efectos de sonido, banda sonora y, sobre todo, efectos especiales. El experimento dio como resultado obras con estética de documental, a veces muy secas para digerir con facilidad y con cámaras mareadoras; pero -lo más rescatable del cuento- generó algunas bellísimas creaciones audiovisuales en estado puro que otorgan un dramatismo único y desgarrador (Vale destacar «Breaking the waves», 1996.)

El código funcionó hasta que llegó la historia de Selma. Su argumento necesitaba que el director violara sus propios principios; y lo hizo. Al parecer, el hecho de que la banda sonora surgiera en medio de los sueños de Selma le dio la libertad para hacerlo, tanto así que la película es un musical, con perfectas coreografías sustentadas por la voz única y virtuosa de la islandesa Björk.

La pesadilla

Pero no todo es un musical para la inmigrante checa. La alegría del baile se transforma en maldad arrolladora cuando despierta de sus sueños.

Vive, mejor dicho, sufre una seguidilla de desgracias: Su ceguera avanza sin pausa, lo que provoca que la echen del musical en el que quería actuar. Su misma discapacidad la hace casi cortarse una mano en la fábrica y, por ello, perder su precario trabajo. Y un gran etcétera que omitimos para no contar la película.

Esta historia se sustenta en las actuaciones geniales de la misma Björk, la amiga fiel (Catherine Deneuve), el inocentón e insistente pretendiente (Peter Stormare) y el desgraciado y maldito policía (David Morse).

Actores, guión y director se unen para sacrificar a la pobre inmigrante y así criticar la hipocresía y la maldad de la sociedad estadounidense, su gente y sus instituciones.

El tiro de gracia de este sacrificio es un final desgarrador, imposible de no ser llorado, indolente, donde Lars Von Trier demuestra y confirma su absoluta falta de consideración por el espectador. Pareciera que para él todo vale cuando se trata de ponerse el uniforme de gran provocador.

«El lado bueno de las cosas», la felicidad donde no la esperas

La felicidad, o en estricto rigor la estabilidad, se puede encontrar en las situaciones más oscuras e inesperadas; todo depende del enfoque que le pongamos. De eso se trata “El lado bueno de las cosas”, relato sobre un hombre que trata de salir a flote de su tempestad interior sirviéndose de algo tan simple y hasta ingenuo como pensar positivo.

El director David O. Russell presenta una comedia dramática que, gracias al inteligente guión y la sólida interpretación del elenco, nos hace partícipes de los dramas individuales y familiares más difíciles, y el desafío que conlleva no quedarse estancado en el llanto.

Tal como lo hizo en su anterior film, “El vencedor” (2010), el retrato de los lazos familiares está exquisitamente bien logrado, sobre todo la relación entre el protagonista treintón y sus padres, quienes deben asumir nuevamente su rol protector al recibirlo en casa para alivianar la tormenta.

Pat, el hijo, encarnado por Bradley Cooper, viene de pasar 8 meses en una institución psiquiátrica a la que cayó tras descubrir a su mujer intimando con un colega en su propia casa.

El episodio no sólo le dejó un trauma punzante y pesadillas eternas, sino que dio pie a un diagnóstico médico que sacó a la luz el síndrome bipolar que siempre había llevado sin saber el nombre que le daban los médicos.

Sale del encierro con la prohibición de acercarse a su esposa y la obligación de medicarse. Pat no quiere ni lo uno ni lo otro. Sigue profundamente enamorado, no confía en las pastillas y cree que con sus estrategias de positivismo todo se puede arreglar… pero parece que no es suficiente.

En su reinserción se encuentra con sus padres sobreprotectores, una mujer que está tan “loca” como él, su hermano petulante, un amigo que no aguanta su aparentemente exitosa vida familiar y el fantasma de su esposa.

Un relato coral divertido y especialmente emotivo. De esas emociones que sacan una risa después de secarse las lágrimas.

Un coro de peso

Si bien Bradley Cooper cumple con éxito una actuación que lo saca de los roles livianitos a los que nos tiene acostumbrados («¿Qué pasó ayer?»), no es él quien nos entrega la interpretación más conmovedora.

Robert De Niro confirma su lugar entre los mejores actores de todos los tiempos al encarnar al padre conservador pero abierto al cambio, parco pero cariñoso, serio pero divertido. Su actuación es el cimiento de la relación entrañable entre padre e hijo, la más significativa y emocionante del relato.

Para muestra un botón: «Déjame decirte: sé que no quieres escuchar a tu padre, yo nunca escuché al mío, pero te digo que me escuches esta vez. Cuando la vida te pone una mujer como ésta, es un pecado si no la tomas. ¡Es un pecado! Te perseguirá el resto de tus días como una maldición. Estás frente a un gran desafío en tu vida, en este preciso momento. Esta chica te ama de verdad. No sé si Nicky alguna vez te amó, pero estoy seguro de que ahora no te ama… ¡Así que no la cagues

Destacable también es el trabajo de la actriz Jacki Weaver, en el papel de la madre, y el regreso a la pantalla grande del comediante Chris Tucker, quien saca más de una risa en el rol de un amigo que se escapa del manicomio y encaja rápidamente en el círculo familiar de Pat.

Jennifer Lawrence. Sí, cómo no mencionarla. Pero dejarla para el final tiene su razón: Su actuación como una chica un tanto desequilibrada producto de un trauma quizás más grande que el de Pat es correcta, pero no para llevarse todos los aplausos. Su rol es vital para la historia y no estamos seguros de que lo llevó de acuerdo a su importancia.

La apreciación mediática de su trabajo está inflada y su nominación al Oscar se debe más que nada a que su imagen vende. Más tiene que ver con su elección como “Mujer más sexy del 2012” que con su trabajo interpretativo. Su rol de “loca cool” recuerda a la sobreactuada Angelina Jolie en “Inocencia interrumpida” (2000). Bueno, Jolie ganó el Oscar por aquel film, lo que confirma que los Oscars a veces son más marketing que otra cosa.

Con todo, el guión de David O. Russell (basado en la novela «Silver linings playbook» de Matthew Quick) sustenta una obra emotiva e íntima que muestra sin quejas lastimeras lo dura pero esperanzadora que puede ser la vida, en un micromundo de locos, que es lo que le da cercanía y simpatía a la historia. Porque, al final, estamos todos locos.

Google se «Oscariza»

The Oscars – Google

Google se metió de lleno en los Oscars y nos regala un sitio completísimo para seguir la premiación.

Basado en su poderoso motor de búsqueda, la página interactiva nos documenta sobre cada una de las películas nominadas en todas las categorías, nos da herramientas para hacer nuestras propias apuestas e incluso nos presenta el lado light con los estilos en la alfombra roja.

Además se aventura a hacer sus predicciones, eso sí, basadas en el número de búsquedas por cada película. Si la Academia eligiera por el interés de los internautas, el Oscar a la mejor película iría para Argo.

«Una aventura extraordinaria», belleza sublime

La película “Una aventura extraordinaria”, de Ang Lee, relata precisamente eso, una historia increíble, pero lo hace de tal manera que la belleza de las imágenes con las que se presenta el relato se transforma en el verdadero protagonista del film. He aquí su fuerza, la poesía de cada plano llena la pantalla para emocionarnos al constatar que la estética sublime aún es posible y que eso del “Séptimo Arte” no está olvidado del todo.

Un viaje mágico más que fantasioso. Una odisea personal que mezcla fuerza espiritual y física como requisitos para llegar a puerto.

El relato nos presenta a Pi, un niño indio que desde sus primeros años se aventura a buscar respuestas a sus precoces preguntas. Respuestas que le servirán para soportar una odisea donde su relación con la naturaleza y consigo mismo serán puestas a prueba: Tras un naufragio, flota sin rumbo 227 días a través del Atlántico, teniendo como única compañía un feroz tigre de bengala y la no menos feroz inclemencia del mar.

Al estilo de obras que nos entregan biografías increíbles, como “Forrest Gump” o “Big Fish”, esta película hace lo propio con, por ejemplo, el origen del nombre de Pi y su precoz curiosidad religiosa, episodios divertidos y hasta hilarantes.

Sin embargo, lo que maravilla es la composición de los planos. La suave tonalidad de colores de una ciudad francesa de la India, Puducherry, que con una arquitectura cuidada contrasta con la India bullente que suele mostrarnos el cine; el verdor reconfortante de una plantación de té; los trajes y maquillaje de las bailarinas tradicionales; el cielo reflejado en el agua, mil y una vez; constituyen un espectáculo sobrecogedor.

La estética tiene su apogeo cuando retrata la naturaleza. Su belleza y su fuerza. El atractivo de los animales en cautiverio, el contraste de los colores del pelaje con la vegetación, abren la película como para decirnos de qué se trata esto: De un festival de imágenes, el que va creciendo en belleza hasta llegar a las escenas de mar adentro, donde cielo y mar se fusionan y la paz y la furia de los elementos se disfrutan de igual manera.

Lo anterior es fruto del oficio de Lee, Claudio Miranda (fotografía), Tim Squyres (montaje) y  Bill Westenhofer (efectos especiales).

Si por casualidad la Academia premia la estética, la maestría audiovisual más que el marketing de los productores o las patriotadas, “Una aventura extraordinaria” debería quedarse con el Oscar a la mejor película, por lo menos ése de los once a los que está nominada.

Espíritu inquieto

El director Ang Lee comparte el espíritu inquieto del protagonista de su película. Y quizás lo supera. El talentoso realizador nos sorprende una vez más al cambiar de giro y no casarse con ninguna temática en particular.

Con su estilo polifacético, nos ha regalado obras tan disímiles como “El banquete de bodas” (1993), “Sensatez y sentimientos” (1995, un Oscar), “El tigre y el dragón” (2000, cuatro Oscar), “Hulk” (2003), y “Secreto en la montaña” (2005, tres Oscar).

Disímiles en sus temáticas, pero todas comparten la estética depurada y exquisita –sí, incluso “Hulk” con su montaje estilo comic- que le ha valido a Lee ser aplaudido transversalmente por su talento.

Para “Una aventura extraordinaria” adaptó la exitosa novela “Life of Pi” del escritor franco-canadiense,  nacido en España, Yann Martel. Este libro es un relato conmovedor sobre cómo un viaje sin rumbo puede ser también un viaje interior para hallar el sentido de la vida en Dios.

Life of Pi

2012

Ang Lee

Suraj Sharma, Irrfan Khan

«No», relato de un golpe de marketing

La película chilena “No” desentierra la historia de la campaña televisiva del Plebiscito de 1988 que, de manera inédita, logró sacar al dictador sempiterno Augusto Pinochet por la vía democrática. Reafirmando su sólido y ya maduro estilo, el director Pablo Larraín desmitifica la famosa campaña al sugerir que el secreto de su éxito fue más una movida de marketing que una gesta política con caracteres épicos.

La decisión de la campaña de aplicar una estrategia publicitaria más que apelar a la queja repetitiva contra Pinochet se puede extrapolar a la decisión de los creadores de la película, lo que afortunadamente se hace tendencia en el cine chileno: incinerar la carga política llorona de lo ocurrido en dictadura, terminar con la queja rancia que ya no se escuchó, para abordar otros temas o tratar, como acá, el mismo tema con una visión más progresiva, constructiva,  distinta.

Por razones que van desde su juventud, su desapego, hasta la mera casualidad, el  ideólogo de la campaña, René Saavedra, toma la decisión que constituye un punto de quiebre y será a la postre la clave del triunfo.

Cuando ingresa al equipo de trabajo, la franja electoral de la oposición ya tenía material preparado. Al ver un panfleto antipinochetista en pantalla, repleto de verdades, es cierto, pero de verdades violentas y grises que se habían dicho ya tantas veces, el protagonista decide tomar otro camino y vender el “No” como si se tratara de una Coca-Cola, o, en rigor, de una “Free”.

Sin empacho ni compromisos, Saavedra se opone abiertamente la inclusión de las viudas de detenidos desaparecidos bailando la “Cueca Sola” y la intervención en pantalla de Patricio Aylwin, a quien se muestra tan gris, viejo y en cortocircuito con la idea de la campaña que el espectador coincide plenamente con el protagonista.

Guión tripartito

El relato se sucede y va estructurando las bambalinas de esta campaña publicitaria con final feliz: El rechazo inicial, la improvisación, las fallas logísticas, el ridículo de los ultraconservadores ideólogos del “Sí”, la represión omnipresente, las dudas y la alegría del triunfo.

Un relato inteligente resultante de una amalgama creativa: La montaña de material periodístico de la época, la obra de teatro –aún no estrenada en las tablas- “Plebiscito”, de Antonio Skarmeta, y el notable trabajo del guionista Pedro Peirano, quien tomó las dos fuentes anteriores y creó un texto que se acomodara a los estándares temporales y estilísticos del cine.

La historia se mueve dentro de la bien construida atmósfera ochentera de esa época. La estética del formato video ayuda a imprimirle realismo y chispas de nostalgia –para quienes vivimos esa época-. El estilo cinematográfico de cámara subjetiva, silencios y primeros planos de Larraín comulgan con el momento histórico y el ambiente enrarecido del Chile de fines de los 80.

La película no hace una propaganda ni una acusación sobre el terror de aquella época. Tal como lo hizo en “Post Morten”, sólo con retratar la atmósfera de la época obtiene imágenes impregnadas de la angustia, represión y otras sensaciones del fin de la dictadura.

Si bien la interpretación de Gael García Bernal como el protagonista no sobresale, actorazos como Alfredo Castro –a esta altura el preferido de Larraín- y Jaime Vadell demuestran de qué están hechos.

Castro da vida a Lucho Guzmán, un publicista totalmente ajeno a las nuevas tendencias publicitarias, que se apoya en el ímpetu y la inteligencia de su empleado René Saavedra para hacer avanzar su agencia, y que debe tomar las riendas de la campaña televisiva del “Sí”.

Su sola figura trasunta fielmente muchos antivalores de la derecha militar de los 80. El desprecio al cambio, la intolerancia, el clasismo y la prepotencia se ven en cada una de sus intervenciones. También el miedo y la soledad del sector al que se le venía el mundo encima.

El tiempo pasa

El vínculo pasado-presente toma un cariz interesante y digno de rescatar cuando los verdaderos rostros de aquella campaña se incorporan al relato. El director utiliza a los personajes reales para que se interpreten a sí mismos en la película.

En una decisión que no sabemos si es pensada o simplemente práctica, estos personajes aparecen jóvenes en el material original de la campaña y viejos, como están ahora, en las tomas “fuera de pantalla”. No se intentó rejuvenecerlos a punta de maquillaje para acercar ambas fisonomías, lo que habría sido difícil y un tanto ridículo… Un cuarto de siglo no pasa en vano.

Polémica 2012

En Chile, en vez de aplaudir una película chilena de calidad –las que escasean- o valorar el hecho de que sea posible abordar el tema político sin arrastrar los fantasmas del pasado, o celebrar su nominación al Oscar, a algunos les entretuvo más generar polémica.

Por el lado del “No” –no vamos a decir izquierda ni derecha hasta altura del partido- algunas vacas sagradas se levantaron para alegar que la cosa no había sido así, que no había sido sólo publicidad, que los próceres, que los héroes, que la lucha, que los dinosaurios…

Por el lado del “Sí” se agarraron del argumento de que finalmente la “alegría no llegó”, como si la promesa de que la alegría iba a llegar fuera una promesa incumplida de la película.

Ambos lados, dinosaurios del “Sí” y dinosaurios del “No”, le achacan a Pablo Larraín una responsabilidad que no tiene y que no se ha arrogado. Lejos de eso, el realizador ha dicho hasta el cansancio que simplemente tomó un eje argumental de muchos y lo desarrolló. “Es interesante poder contarle esto al mundo… todo el mundo sabe como Pinochet llegó al poder pero pocos saben cómo se fue”, explica, simple, lejos de polemicuchas que nada tienen que ver con el arte.

No

2012

Pablo Larraín

Gael García Bernal, Alfredo Castro, Luis Gnecco