La película chilena “No” desentierra la historia de la campaña televisiva del Plebiscito de 1988 que, de manera inédita, logró sacar al dictador sempiterno Augusto Pinochet por la vía democrática. Reafirmando su sólido y ya maduro estilo, el director Pablo Larraín desmitifica la famosa campaña al sugerir que el secreto de su éxito fue más una movida de marketing que una gesta política con caracteres épicos.
La decisión de la campaña de aplicar una estrategia publicitaria más que apelar a la queja repetitiva contra Pinochet se puede extrapolar a la decisión de los creadores de la película, lo que afortunadamente se hace tendencia en el cine chileno: incinerar la carga política llorona de lo ocurrido en dictadura, terminar con la queja rancia que ya no se escuchó, para abordar otros temas o tratar, como acá, el mismo tema con una visión más progresiva, constructiva, distinta.
Por razones que van desde su juventud, su desapego, hasta la mera casualidad, el ideólogo de la campaña, René Saavedra, toma la decisión que constituye un punto de quiebre y será a la postre la clave del triunfo.
Cuando ingresa al equipo de trabajo, la franja electoral de la oposición ya tenía material preparado. Al ver un panfleto antipinochetista en pantalla, repleto de verdades, es cierto, pero de verdades violentas y grises que se habían dicho ya tantas veces, el protagonista decide tomar otro camino y vender el “No” como si se tratara de una Coca-Cola, o, en rigor, de una “Free”.
Sin empacho ni compromisos, Saavedra se opone abiertamente la inclusión de las viudas de detenidos desaparecidos bailando la “Cueca Sola” y la intervención en pantalla de Patricio Aylwin, a quien se muestra tan gris, viejo y en cortocircuito con la idea de la campaña que el espectador coincide plenamente con el protagonista.
Guión tripartito
El relato se sucede y va estructurando las bambalinas de esta campaña publicitaria con final feliz: El rechazo inicial, la improvisación, las fallas logísticas, el ridículo de los ultraconservadores ideólogos del “Sí”, la represión omnipresente, las dudas y la alegría del triunfo.
Un relato inteligente resultante de una amalgama creativa: La montaña de material periodístico de la época, la obra de teatro –aún no estrenada en las tablas- “Plebiscito”, de Antonio Skarmeta, y el notable trabajo del guionista Pedro Peirano, quien tomó las dos fuentes anteriores y creó un texto que se acomodara a los estándares temporales y estilísticos del cine.
La historia se mueve dentro de la bien construida atmósfera ochentera de esa época. La estética del formato video ayuda a imprimirle realismo y chispas de nostalgia –para quienes vivimos esa época-. El estilo cinematográfico de cámara subjetiva, silencios y primeros planos de Larraín comulgan con el momento histórico y el ambiente enrarecido del Chile de fines de los 80.
La película no hace una propaganda ni una acusación sobre el terror de aquella época. Tal como lo hizo en “Post Morten”, sólo con retratar la atmósfera de la época obtiene imágenes impregnadas de la angustia, represión y otras sensaciones del fin de la dictadura.
Si bien la interpretación de Gael García Bernal como el protagonista no sobresale, actorazos como Alfredo Castro –a esta altura el preferido de Larraín- y Jaime Vadell demuestran de qué están hechos.
Castro da vida a Lucho Guzmán, un publicista totalmente ajeno a las nuevas tendencias publicitarias, que se apoya en el ímpetu y la inteligencia de su empleado René Saavedra para hacer avanzar su agencia, y que debe tomar las riendas de la campaña televisiva del “Sí”.
Su sola figura trasunta fielmente muchos antivalores de la derecha militar de los 80. El desprecio al cambio, la intolerancia, el clasismo y la prepotencia se ven en cada una de sus intervenciones. También el miedo y la soledad del sector al que se le venía el mundo encima.
El tiempo pasa
El vínculo pasado-presente toma un cariz interesante y digno de rescatar cuando los verdaderos rostros de aquella campaña se incorporan al relato. El director utiliza a los personajes reales para que se interpreten a sí mismos en la película.
En una decisión que no sabemos si es pensada o simplemente práctica, estos personajes aparecen jóvenes en el material original de la campaña y viejos, como están ahora, en las tomas “fuera de pantalla”. No se intentó rejuvenecerlos a punta de maquillaje para acercar ambas fisonomías, lo que habría sido difícil y un tanto ridículo… Un cuarto de siglo no pasa en vano.
Polémica 2012
En Chile, en vez de aplaudir una película chilena de calidad –las que escasean- o valorar el hecho de que sea posible abordar el tema político sin arrastrar los fantasmas del pasado, o celebrar su nominación al Oscar, a algunos les entretuvo más generar polémica.
Por el lado del “No” –no vamos a decir izquierda ni derecha hasta altura del partido- algunas vacas sagradas se levantaron para alegar que la cosa no había sido así, que no había sido sólo publicidad, que los próceres, que los héroes, que la lucha, que los dinosaurios…
Por el lado del “Sí” se agarraron del argumento de que finalmente la “alegría no llegó”, como si la promesa de que la alegría iba a llegar fuera una promesa incumplida de la película.
Ambos lados, dinosaurios del “Sí” y dinosaurios del “No”, le achacan a Pablo Larraín una responsabilidad que no tiene y que no se ha arrogado. Lejos de eso, el realizador ha dicho hasta el cansancio que simplemente tomó un eje argumental de muchos y lo desarrolló. “Es interesante poder contarle esto al mundo… todo el mundo sabe como Pinochet llegó al poder pero pocos saben cómo se fue”, explica, simple, lejos de polemicuchas que nada tienen que ver con el arte.
No
2012
Pablo Larraín
Gael García Bernal, Alfredo Castro, Luis Gnecco